Encuentro en el Hospital
Encuentro en el hospital (smegma forever series, a stand-alone short story)
por piss_boys
Warning: this being just my second attempt to write a short story for Nifty, once again I won't try to write it in English, which is not my mother-tongue. I will write it in Spanish, my second language. As usual, I hope you’ll enjoy it: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usual again, this is a labor of my fantasy (even though starting from an almost non-sexual event that actually happened a few minutes ago), only intended for an adult audience, the author condemns any act as such here described, and all prescriptions required by law apply. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.
Please feel free to give me a feedback. The present one has been written as stand-alone short story, so no second chapter will follow …unless my fantasy drives me into it.
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Ciao!
Aviso: este sólo es mi segundo intento de escribir algo para Nifty. Como usual, espero que este corto relato te guste: si te emociona leerlo y tu hermanito, allá abajo, empieza a levantar su cabecita, entonces mi objetivo habrá sido logrado... Otra vez como de costumbre, este es un parto de mi fantasía (aunque se origine en un episodio que realmente acaba de pasarme, pero – casi – sin connotaciones sexuales), y destinado a un público adulto. El autor condena todos los actos similares a los descritos aquí, a menos que sean entre adultos concordes. Si eres menor de edad, por favor no sigas leyendo, regresa a tu pasatiempo favorito y vuelve aquí en unos años.
¡Siéntete libre de escribirme! Esta historia breve ha sido escrita como autónoma, así que no prevé más capítulos …a menos que mi fantasía me dirija hacia ese rumbo.
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¡Ciao!
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Acababa de llegar a ese gran hospital de la ciudad para visitar a un amigo hospitalizado allí, y me estaba entreteniendo justo afuera de la entrada trasera, cerca de un pequeño edificio separado que alberga el bar. En fin, estaba ahí afuera disfrutando de mi café, cuando salió del bar un chico, de unos 18-19 años: deportivas, como ahora es el pedido de todos, pantalón de chándal de acetato azul, suéter igualmente azul; debajo de la pesada chaqueta que vestía, también del mismo azul oscuro, se intuía un cuerpo bastante delgado, pero en forma. En definitiva, aparte de los zapatos, blancos con la N de la famosa marca que venía en rojo, el chico iba vestido completamente de azul. En mi cabeza, de inmediato se convirtió en el ‘chico azul’, para quedar así en la memoria futura... De la manga derecha de la chaqueta, levantada en el brazo, salía una escayola que iba desde los dedos de su mano casi hasta el codo. En su mano izquierda sostenía un paquete de papel, quizás algunos dulces o bocadillos que acababa de comprar en el bar. Cabello negro, ojos oscuros de mirada viva a la vez que penetrante, mandíbula cuadrada. Del resto de su cara no podía decir, estos malditos cubrebocas anti-Covid no nos dejan entender mucho, ciertamente no más de lo que he descrito.
El chico azul se había detenido fuera del bar, aparentemente sin propósito, o como si estuviera esperando a alguien, pero los pocos clientes del bar entraban y salían apresuradamente y se ocupaban de sus asuntos casi sin darse cuenta de él. ¡Pero yo por cierto me había dado cuenta! Entonces, mientras lo observaba, terminé mi café y encendí un cigarrillo. Mientras fumaba, el chico se dio cuenta de que lo había mirado más de una vez y que mi mirada volvía a menudo a él, enfocándome en las diversas partes de su cuerpo. Mientras lo miraba, reflexioné una vez más lo agradable que sería tener una vista de rayos X, y mientras tanto traté de entender si esos pantalones de chándal (un poco holgados para mi gusto) escondían un paquete interesante. Me devolvió la mirada, pero con una actitud de mirada decididamente neutra, a pesar de que, después de la tercera o cuarta vez que nuestras miradas se cruzaron, yo había esbozado, por debajo de mi cubreboca, una sonrisa amistosa, a la que él no había respondido. Pero de repente, mientras terminaba mi cigarro, vi que el chico azul usaba su brazo enyesado para tocarse brevemente el frente del pantalón, en el gesto habitual que los tios hacemos todo el tiempo casi sin darnos cuenta. Por supuesto, con el tono blanco del yeso que se destacaba contra todo ese azul, no pude evitar notarlo. Y de hecho lo noté bien, y mientras sostenía mi cigarrillo con la mano izquierda, deslicé mi mano derecha en el bolsillo de mis vaqueros, dejando claro a cualquiera que quisiera ver que me estaba tocando el rabo.
Y el chico azul lo entendió bien. Ahora, dado el gesto que él estaba haciendo, quien quisiera desalentar algún tipo de acercamiento sexual habría desviado la mirada y quitado la mano de donde estaba. Pero él no lo hizo. Mantuvo su mano enyesada donde estaba, mientras continuaba mirando donde mi mano derecha entraba en el bolsillo de mis tejanos.
Parecía prometedor... ¡quizás!
Bueno, no había otra manera que hacer la prueba. Entonces, moviéndome lentamente, apagué mi cigarrillo en el cenicero cercano. Mientras hacía esto, el chico azul caminó lentamente hacia la entrada trasera, sin mirar atrás. Mmmm… ¡Tal vez lo había entendido mal! Ay bueno, ahora estaba en el baile, mejor bailar. Así que lo seguí. Después de dejarse comprobar la temperatura y el pase covid, se dirigió a los ascensores. Y yo detrás de él.
Breve explicación: en ese hospital la entrada trasera, donde está el bar, se encuentra dos pisos debajo del piso 0. Una serie de cuatro pequeños ascensores te llevan hasta el piso 0, desde allí pasas por unos pasillos y vestíbulos hasta la entrada principal, donde una gran serie de otros ascensores conducen a los diferentes pisos del hospital propiamente dicho.
Volviendo al grano: nos detuvimos frente a los ascensores de -2 a 0, y no había nadie más. Él delante de mí, todavía sin mirar atrás, yo detrás con la mirada fija en su nuca. ¡Si hubiera tenido una mira láser, creo que le habría quemado la nuca! Finalmente llegó uno de los ascensores, entramos los dos, a pesar del cartel que rogaba respetar las normas anti-Covid y utilizarlo solo una persona a la vez, salvo unidad familiar, ya que es un ascensor muy pequeño. Dentro del ascensor, el chico azul se apoyó de espaldas en la pared del fondo, yo perpendicular a él, frente a la botonera. Presioné el botón 0 y dejé caer mi mano, sin moverme de la posición en la que estaba. Cuando las puertas se cerraron, el chico hizo un pequeño movimiento hacia adelante, casi imperceptible pero suficiente para que su parte delantera tocara el dorso de mi mano.
¡Y qué contacto! Debajo había un buen bulto, y también muy duro. ¡¡Bingo!!
El tiempo justo para darle unas caricias breves con el dorso de la mano, y ya estábamos en el piso 0. Pero en el breve tiempo de subida del ascensor pude apreciar que el chico azul tenía una polla de muy buen tamaño, al tacto habría dicho que al menos 18 cm de largo, y de buen ancho.
Salí del ascensor primero, ya que estaba frente a él, y me detuve como si no supiera a dónde ir. Lo sé, una patética estratagema, ya que un cartel indica claramente que se vaya a la derecha, hacia la entrada principal, mientras que a la izquierda solo hay un pasillo bastante abandonado, dominado por locales de servicio. Una postura aún más patética, la mía, dado lo que ya había sucedido en el ascensor. Pero hacía bien en fingir vacilación, porque el chico azul se encaminó decididamente justo hacia la izquierda, es decir hacia el pasillo desierto. Lo seguí a unos pasos de distancia, lo vi doblar por otro pasillo y pasar por una puerta. Cuando llegué vi que era la puerta de un baño. ¡Super-bingo, tal vez!
Por supuesto entré. ¿Tú te hubieras quedado afuera?
Ya a primera vista se notaba que estos servicios eran poco frecuentados, y menos atendidos: el espejo colgaba un poco de un lado y tenía llamativas manchas de humedad, el grifo de uno de los dos lavabos perdía un hilo de agua que había oxidado la palangana, el suelo… bueno, digamos que había visto tiempos mejores. Curiosamente, en un baño de hospital, la puerta de acceso tenía una llave, de esas que no se pueden quitar. Era bastante extraño en los aseos de un hospital, pero ¿por qué no aprovecharlo? Así que, cerrando la puerta, giré la llave, asegurando aquella privacidad que pensé podía servirme.
Dos de los tres inodoros tenían las puertas abiertas y estaban vacíos. En el central la puerta estaba entreabierta y se podía ver el lado izquierdo de la espalda del chico azul. Me acerqué y empujé lentamente la puerta para abrirla. El chico azul simplemente giró su cabeza en mi dirección, haciendo lo que parecía (¡malditos cubrebocas!) una mueca, esta vez con un parpadeo divertido en sus ojos.
Sus primeras palabras: “¿me ayudas? Entre esto” y levantó la bolsita de comida que tenía en la mano izquierda ”y el yeso no puedo…”, me dijo. Bonita voz, más bien profunda sin ser amenazante. ¡No, el tono bajo sonaba más como el de un joven cachondo! Yo estaba igual, y con una voz igualmente baja, poco más que un susurro, le respondí: “¡con mucho gusto!”.
En ese momento el chico se giró a medias hacia mí, y por primera vez pude ver lo que apenas había tocado en el ascensor: la parte delantera de los pantalones de chándal estaba bajada y bloqueada por un gran par de bolas completamente depiladas. No sé si fuese por el elástico del pantalón que hacía de suspensorio o por su estar excitado, pero el saco estaba completamente lleno, y los cojones - ¡realmente grandes, casi tan grandes como los míos! – resultaban como tirados hacia arriba, como si quisieran volver a entrar en el abdomen, lo cual era imposible, dado su tamaño.
Por encima de este maravilloso par de bolas destacaba una igualmente espléndida polla. Recta, casi horizontal, de hecho entre 18 y 20 cm de largo, y bastante ancha en general: ni uno de esos miembros anchos en la base, que se aprietan hacia la punta y parecen hechos para romper un culo, ni de esos, con la parte central más ancha que el resto, lo que los hace, al menos a mis ojos, bastante torpes. No, una polla perfectamente regular, cubierta por una piel gruesa que presagiaba esa blandura que cubre la dureza subyacente del acero. El glande no se veía, cubierto como estaba por un largo prepucio, cuya punta sobresalía un buen centímetro más allá del final del miembro... parecía el prepucio de un niño pequeño, si todas las dimensiones en su conjunto no hubiesen desmentido fácilmente esta idea. Pero su perfil, bajo el prepucio, se vislumbraba perfectamente y era el de una gran cabeza, hasta al punto que se notaba que debajo había un bonito surco.
Mirando todo esa bendición sentí que mi boca se llenaba de saliva mientras mi polla, en el pantalón, hacía sentir toda su aprobación por ese nuevo compañero de juegos.
Pasé unos segundos admirando esa obra de arte, luego alargué la mano, no con timidez, sino con reverencia, y la agarré con delicadeza pero con decisión, sintiendo su calor y sus latidos al compás del corazón del niño azul.
Casi al mismo tiempo me quité el cubreboca y me puse en cuclillas para encontrarme a su nivel. Me dio la bienvenida una serie de olores: a testosterona, a feromonas masculinas, a sudor, a joven macho cachondo.
Apoyé la nariz en la punta de su largo prepucio, aspirando con placer el aroma a meado que salía, el olor no era demasiado intenso pero seguro ahí estaba.
Estiré mi lengua y con su punta acaricié suavemente ese sobre de piel, mientras el chico azul murmuraba algo incomprensible.
El prepucio era tan abundante que se movía libremente, en contacto con mi lengua, deslizándose por encima y por debajo y hacia los lados, lo que solo aumentaba mi nivel de excitación. Si hubiera sido una segunda reunión y hubiéramos estado en un lugar más cómodo, podría haber pasado horas jugando con ese nudo de piel, pero estaba demasiado ansioso por probar la fruta prohibida. Entonces, después de un tiempo, comencé a tirar suavemente la piel hacia atrás, mientras continuaba lamiendo primero la piel y luego el orificio de la uretra donde todavía había lo que parecía ser una gota solitaria de orina. Pero no, no era orina, ¡era una gota de líquido preespermático! Lo saboreé con placer, y mientras lo hacía y continuaba descubriendo lentamente el glande, mi lengua fue repentinamente asaltada por un efluvio de olores y sabores completamente diferentes a los de las gotas de orina que habían quedado atrapadas. Eché la cabeza hacia atrás, gesto que el chico azul malinterpretó: “perdón” dijo encogiéndose de hombros como para acompañar su voz, “con esto puesto” continuó mostrando brevemente su brazo derecho enyesado casi hasta la primera articulación del los dedos “¡no me puedo lavar bien, y con la mano izquierda no sé hacer nada!”.
“No te preocupes, no me molesta para nada, todo lo contrario: me encanta este perfume”, le respondí.
“Uff, ok ok, ¡gracias a Dios! Entonces no te asustará si hay algo por debajo del capullo”, comentó.
('¿Asustarme? Mierda, no falta nada que venga sin siquiera tocarme, ¡solo al oler el aroma! Quién sabe si dentro verdaderamente está el tesoro que espero encontrar')
“No lo creo”, le dije, levantando brevemente mi rostro de su pene y sonriéndole cálidamente.
Al descubrirse la cabecita, comenzó a aparecer un velo blanco que la cubría casi por completo. ¡Perfecto, era simplemente perfecto! ¿Podría ser mejor que eso?
Seguí tirando de la piel hacia atrás, solo distraído brevemente por otro comentario del chico azul: “¡Joder, el olor es realmente fuerte! ¿Estás seguro de que no te molesta?”. No me preocupé en responderle con palabras, solo murmuré un “uh-uh” que rápidamente se convirtió en un “ohhhhhhhh” de pasmo y admiración. ¡Tuve bingo, esta vez! El surco debajo del glande estaba totalmente lleno de crema blanca, con un fantástico olor a queso fresco de cabra que me hizo hormiguear la nariz y estimuló una salivación tan intensa que un poco de saliva goteó de mis labios y terminó en mis pantalones. ¡A quién le importa! El postre frente a mí merecía cualquier mancha en mi ropa.
Empecé a lamer lentamente, comenzando por la capilla y limpiándola poco a poco, quería dejar la parte más consistente para el final. Ni siquiera me di cuenta de que mientras lo hacía seguía murmurando para mí mismo, como un gato ronroneando. Las vibraciones que le transmití a la gran polla del chico azul no se le escaparon, tanto que él también comenzó a hacer ruidos similares, y después de un rato me hizo “joder, ¿¡de verdad te gusta tanto mi queso!?”. No me molesté en responderle, estaba demasiado ocupado: el olor que surgía de su miembro se había convertido en una sinfonía de sabores, que recordaba a queso, pero también a esperma, y con un fondo de orina. Creo que nunca había estado tan cachondo y a punto de correrme.
Finalmente había llegado al surco, y había tanto esmegma allí que hubiera podido untar un canapé. Cogí un poco de eso con la punta de mi lengua y, volviendo la cara hacia el chico, se la enseñé.
“¡Oh! Nunca lo probé... Siempre pensé que era solo suciedad, pero al ver cómo lo devoras, me estás dando ganas de probarlo, a ver a qué sabe” y con eso empujó su pelvis lejos de mi cara. Pensé con terror que ya no quería seguir, quizás para probar el mismo el sabor de su requesón, pero me sorprendió una vez más. Se había alejado solo para poderse poner de cuclillas él también y, dejando caer la bolsa de comida que aún tenía en la mano izquierda, se quitó el cubreboca, tomó mi cara entre sus dedos ahora libres ya y pasó su lengua por encima de la mía, recogiendo el esmegma que quedaba allí. ¡Joder, qué riesgo, en esta situación de la variante omicrón del virus que pasa de uno a otro con la velocidad de una bola de pinball! Pero la situación era demasiado erótica... El chico cerró la boca, se enderezó e hizo una mueca pensativa, tratando de averiguar si le gustaba o no. Aproveché la oportunidad para empujar hacia adelante, volví a ponerme en contacto con su hermosa polla y pasé la lengua por el otro lado del surco, donde todavía había mucho esmegma.
Sin probarlo, me retiré para mirarlo a la cara nuevamente y comprender su reacción, con mi lengua aún visible y un gran bulto de esmegma descansando en la punta.
Sus ojos brillaban y su boca estaba a medio camino entre una sonrisa y una mueca.
Se inclinó bruscamente, puso su mano izquierda en mi nuca, me atrajo hacia su rostro y antes de que pudiera hacer algo para detenerlo me metió la lengua en la boca, luchando contra la mía por el requesón.
No quería dejar que ganara tan fácilmente, así que empezamos a hurgar el uno en la boca del otro, mientras el esmegma se disolvía y llenaba nuestras papilas gustativas de aromas.
Parecieron minutos y minutos, pero probablemente fueron solo unas pocas decenas de segundos...
Finalmente se separó “tenemos que darnos prisa, hace mucho que estamos aquí” dijo, el niño listo.
Era cierto, y además yo estaba ansioso por retomar mi comida, demasiado la había compartido con él, por muy agradable que fuera.
Me aferré a su cabecita y terminé de limpiar bien todo alrededor. La prisa y un poco de ansiedad que me había causado el chico azul con su sabia observación no me permitieron saborear su delicioso queso como quería, pero mi boca se llenó de todos modos con su sabor.
Terminado de limpiarlo como ni en la ducha, comencé a chuparlo con entusiasmo, empujando mi cara hasta su pubis. Dado su tamaño, no pude evitar tener algunas arcadas pequeñas, pero pude reprimirlas fácilmente. Sin embargo, no había tenido en cuenta su joven edad y su grado de excitación... Ni un minuto o dos después de que había empezado a chuparle la polla me avisó “¡Estoy a punto de correrme!”. El hecho de que yo no dejara de chuparlo, sino que al contrario comenzara a hacerlo con aún más entusiasmo, le hizo comprender de inmediato dónde quería su semen.
Y me satisfizo, sí que lo hizo... Me llenó la boca con cinco o seis potentes chorros de corrida, el primero de los cuales acabó directamente en mi garganta. Pero el resto logré saborearlo bien, también su leche estaba muy rica, como solo puede serlo la corrida de los adolescentes. Y pegajoso también: se pegó bien a las paredes de la boca y a la lengua, yo esperando que su sabor me acompañara hasta la noche, aunque sabía que era imposible que sucediera.
El chico azul jadeaba de placer, pero casi de inmediato me agarró por las axilas y me ayudó a levantarme.
“¿Quieres que te haga correr?” me preguntó. Un poco avergonzado, le respondí que “no, no hay necesidad, cuando te corriste tú me corrí yo también, en mis calzoncillos!”.
“¡Guau! ¡Genial! Escucha, tenemos que irnos, pero ha sido demasiado bueno, ¿te gustaría volver a vernos?”. (Me recordó el clásico comentario de las novelas americanas '¿Es católico el Papa?' Jajaja)
“¡Claro, con mucho gusto, con mucho gusto! Guarda mi número, y llámame cuando quieras”, le dije, no queriendo sonar como el agresivo, pidiendo yo el suyo. Sacó su teléfono móvil y torpemente con la mano izquierda escribió mi número de móvil y mi nombre – en todo esto yo aún no sabía el suyo – “Marco, mi nombre es Marco” y le dije que me agregara a su agenda. “¡Vamos! ¡Qué casualidad… yo también! Bueno, ahora me voy, se está haciendo muy tarde... ¡Te llamaré tan pronto como esté otra vez lleno de requesón! …¡Y la próxima vez quiero probar el tuyo también!”.
Pensé en una de esas cosas que la gente dice después del sexo, pero no, sin embargo me llamó. Y no solo una vez.
FIN (fin?)