Los Guardianes De Kovzland

By Kevin Daniel Allen

Published on Jan 28, 2007

Gay

LIBRO II: LOS GUARDIANES DE KOVZLAND ESCRITO POR KELVIN GUARD TRADUCIDO POR KEVIN DANIEL ALLEN kevindanielallen@gmail.com

CAPITULO SEGUNDO: LA ISLA DEL CAMBIO

Kelly y yo aun yacíamos desnudos y abrazados uno del otro cuando el resto de los niños comenzaron a despertar. Siendo algo común para los niños de nuestra edad, ambos teníamos erecciones: penes chicos, erguidos y pulsando entre si. Mientras los niños de la habitación próxima se iban a desayunar, Kelly y yo tuvimos que contener nuestros deseos matutinos.

Esto no evitó que nos besáramos antes levantarnos de la cama e ir al comedor. Un poco tambaleantes, estirábamos nuestros cuerpos delgados y desnudos. Aun cuando entramos en el comedor, nuestros penes duros y erguidos estaban a la vista de todos. Los otros niños rieron entre dientes a sabiendas, pero con tantos niños impúberes, ver una erección era algo muy común y no le dieron mucha atención; por tanto, cuando Kelly y yo nos sentamos a la mesa y comenzamos a comer, nuestras erecciones cesaron y nuestros penes descansaron sobre nuestros testículos.

—Creo que la única manera de llevar a todos es construyendo balsas —decía Rick. Él y los demás chicos mayores estaban sentados a la mesa y habían hecho una reunión de improviso mientras comían huevos y pan.

—Eso no es muy seguro —asintió Calvin—, pero es probablemente la manera más rápida.

—Necesitaremos balsas muy resistentes para los más chiquitos y para las reliquias —agregó Jonathan que regularmente se concernía por la seguridad de los niños menores al igual que por los objetos sagrados del reino.

—¡Calvin! —exclamó una voz chillona y pueril desde afuera—. ¡Calvin!

La conversación fue detenida abruptamente y todos volteamos a ver a Perry corriendo por el jardín hacia la puerta del comedor. Entró como ráfaga con su tierno pene balanceándose sobre sus testículos; su cara se veía agitada y asustada.

—¿Qué sucede, pequeño? —preguntó Calvin, poniéndose de pie junto con los demás.

—Vi un barco —dijo el niño jadeante.

—¿Un que? —preguntó Erin.

—¡Un barco! —repitió el niño enfáticamente—. Viene de la isla.

Esto alarmó y sorprendió a todos que, por un momento, nos quedamos viendo los unos a los otros. Después de unos instantes, todos caminamos hacia la puerta al mismo tiempo. Nuestros cuerpos, grandes y pequeños, apretujados, tratando de ser los primeros en salir. Tan pronto despejamos la salida, todos corrimos hacia el lago.

No se si se trataba de la magia de Kovzland o algo así, pero estaba corriendo tan rápido como Calvin y, ambos estábamos tomándoles ventaja a los demás niños. Parcialmente, dudaba que Perry estuviera diciendo la verdad; tal vez solo estaba jugándonos una broma, pero cuando me aproxime a la orilla del mar, pude verlo con mis propios ojos. Un barco. Un gran barco. Estaba hecho de madera y parecía más una barcaza; era muy grande, tenía una cabina del tamaño de una casa colocada contra la popa. Las cubiertas estaban repletas de gente: hombres, mujeres y niños. Viendo aquello, me sentí un poco asustado y disminuí mi velocidad.

Calvin llegó a la orilla del lago antes que cualquiera de nosotros y, cuando yo llegué, Brendan y algunos otros niños ya me habían rebasado. Caminé y me moví lentamente hacia Calvin; mis ojos miraban el barco que se aproximaba con una nerviosa fascinación. ¿Quiénes eran? ¿Por qué venían de nuestra isla, la que recientemente nos había regalado Potus?

Un hombre maduro de barba gruesa y prominente estaba haciéndose camino entre la multitud para llegar a la proa. Su cara se veía afligida y sería, una mirada parecida a la de los hombres, mujeres y niños que se apartaron para que pasara. Cuando llegó al frente de la nave, se subió sobre algo para levantarse y, con sus solemnes ojos miró a Calvin. Su expresión me era obvia y pude interpretarla fácilmente: haces la paz con nosotros o te mueres.

—¿Quiénes son, Calvin? —pregunté ansiosamente, tirando de la camiseta del joven para llamar su atención.

—¡Sh!, Kelvin —dijo. Sus manos me pusieron tras él—. No lo se, pero esperemos que sean amistosos.

El tono de su voz me decía que hablaba en serio. Brendan y Chris Anderson se aproximaron y, los tres jóvenes juntos se pusieron en línea, hombros levantados y caras serias. Pronto se les unieron Terry, Garrik y Paul y el resto de los chicos mayores, todos alineados; sus fuertes manos colocando a los niñitos desnudos tras ellos. Nosotros aceptamos sin quejarnos, y, pronto, el grupo de parvulitos se estaba arrinconando conmigo, asomándose para ver a los forasteros tras la seguridad de los fuertes cuerpos de los chicos mayores.

—¡Hemos sido enviados por el Rey Potus! —exclamó el hombre barbudo cuando el barco estaba lo suficientemente cerca de la orilla—. ¡Se me ha indicado dirigirme únicamente a los Guardianes! ¡Preséntese ante mí el Guardián Kelvin!

El sonido de mi nombre, viniendo de los poderosos pulmones de aquel hombre, hizo que me atemorizara y retrocediera junto con los demás niñitos, pero mis piernas tomaron mente propia y avancé hacia delante. A pesar de estar temblando de miedo, un poder mayor había surgido y me estaba guiando hacia los deberes de adulto que tanto aborrecía. Mi ansiedad disminuyó cuando sentí las manos protectoras de Calvin sobre mis hombros acercándome a su cuerpo. Junto con el, los demás Guardianes se aproximaron también.

A pesar de lo asustado que estaba, mi vejiga no se soltó y permanecí junto con mis compañeros Guardianes mientras el barco se acercaba. A mis ojos, aquel hombre se veía violento y cruel. Era evidente que había varios cientos de personas a bordo del barco, varios de ellos eran hombres fuertes y adultos, quienes podían fácilmente asesinar nuestra nimia cantidad de cuatro docenas de jóvenes y niños. No obstante, sentí que mis hombros se levantaban firmemente. De pie ahí, desnudo, con mi pene de niño ante sus ojos, me coloqué como si estuviera listo para declararles la guerra.

El barco, o barcaza, tenia el fondo plano y podía acercarse mucho a la orilla antes te encallar. No tenía velas. En la popa había una gran rueda propulsora que lo impulsaba, pero no salía humo o vapor que mostrara que es lo que hacia mover a la rueda. Aparte de que salpicaba agua en cada giro que daba, no hacia otro ruido y, cuando la rueda dejó de girar, un silencio comenzó a percibirse. La gente sobre la cubierta se movió ligeramente hacia delante puesto que el barco había hecho contacto con el fondo. Después de unos momentos, sentí mis piernas dando unos pasos hacia delante.

—Yo soy Kelvin Guard, el verdugo de los Ancianos, y Primer Guardián del Reino de los Niños de Kovz. —Mi voz chillona declaró desinhibida.

—¡Preséntese ante mí!

Tan pronto como yo había dado un paso adelante, el hombre miró sobre cada hombre a las mujeres y niños y enseguida se mezcló entre la multitud de gente en la cubierta. Hombres fuertes de barba tomaron su lugar; hombres obviamente capaces de asesinar a todos nosotros.

—¡Yo soy Caldor, Príncipe soberano del Reino de Potus! —respondió el hombre al frente—. Bajo las órdenes de Su Majestad, el Rey Potus, se me ordena ceder nuestra propiedad de la Isla de Zanvera al Guardián de los Niños de Kovz.

El titulo “Rey Potus” era uno que ni yo, ni mis hermanos habíamos escuchado antes. Habiendo sido nombrado caballero por varios reinos, “Sir Potus” era un titulo común además, también había recibido el titulo de “Lord” en Reino de Martel. ¿Pero un Rey? ¿Había Potus establecido un reino sin que lo hubiésemos notado? Era probable, pero no iba a expresarle a Caldor mi sorpresa.

—Bienvenido sea, Su Alteza —dije con una pequeña reverencia imitada por mis compañeros Guardianes—. El Rey Potus es un primo estimado del Reino de los Niños de Kovz. Aquellos que lo siguen, son siembre bienvenidos en Kovzland. Tenéis nuestro permiso para desabordar.

El hombre asintió, pero la mirada solemne de su cara no cambió. Mientras yo estaba asustado, él y media docena de hombres saltaron por el terraplén del barco hacia el agua. Cerraron filas estrechamente y caminaron varios metros hacia donde el agua no profunda, hacia nosotros.

Tragué nerviosamente cuando noté que cada uno de ellos traía una espada de acero en su cintura. Mientras se aproximaban, extendí mis brazos ampliamente e hice una reverencia de nuevo, mostrando que ninguno de nosotros estaba armado. Incluso, la mayoría estábamos desnudos.

El hombre contestó nuestro saludo con una leve inclinación de su cabeza, tan leve que pudimos haber sido ofendidos. Sin embargo, con nada más que adolescentes y niñitos, era sabio aceptar lo que sea que ofreciesen.

Caldor no parecía interesado en hablar conmigo y se dirigió a Calvin.

—Se me ha dicho que hay un Rey de Kovzland… —sugirió, obviamente no queriendo tratar con un niñito desnudo como yo.

—Así es, Su Alteza —respondió Calvin—. Le presento a Su Majestad, Erin, Rey de los Niños de Kovz.

Erin Rogers dio un paso adelante, tan apuesto como siempre, su cara orgullosa, su compostura fuerte—. Saludos. —Asintió levemente—. Yo soy el Rey de los Niños de Kovz.

De alguna manera, su voz aguda de niño soprano, hermosa y melodiosa como a mí me sonaba, parecía no tener un efecto considerable en el hombre.

Caldor miraba severo a Erin por unos momentos y entonces hizo una reverencia más prominente que la que me había hecho a mí.

—Su Majestad —dijo el hombre. Su voz traicionaba y hacía obvio el hecho de que no le gustase tratar con niñitos. Por tanto, ignoró a Erin y se dirigió directamente a Calvin—. Tengo instrucciones de organizar con los Guardianes una evacuación de mi gente de la Isla de Zanvera. ¿Quién hablara por vosotros?

Ambos Erin y yo notábamos nuestras limitaciones en este tema y Calvin también.

—He sido nombrado negociador por el Consejo de los Guardianes y por Su Majestad —replicó el joven, a lo cual el resto de nosotros permanecimos callados—. Estoy preparado para discutir los términos de su retirada de nuestro territorio.

Calvin dijo tales palabras con firmeza y gran resolución en su joven cara. Ello fue suficiente, porque Caldor lo miró brevemente y después miró hacia abajo asintiendo.

—Mi gente permanecerá a bordo mientras completamos las negociaciones —dijo Caldor—. ¿Tenéis un lugar privado donde discutir los términos?

—Por supuesto —dijo Calvin, inmediatamente dando un paso adelante y ofreciendo su mano al hombre mayor. El hombre tomó su mano y saludó; era claro que esta situación iba a estar difusa—. Puede traer a sus hombres si así lo desea —agregó Calvin aun tomado de la mano del hombre y guiándolo al palacio, lejos de los desnudos niños de Kovzland.

—Estoy seguro que ello no será necesario —dijo el hombre. Sonaba resignado, pero aun con esperanzas—. Estoy seguro que podremos llegar a un acuerdo que favorezca nuestros intereses comunes.

Mientras Calvin y Caldor se retiraban, yo y el resto de los niños nos encontramos mirando la firme resolución y el duro acero de los hombres de Caldor. Traté de sonreírles, pero ellos solo me miraron inafectados. Después de unos minutos, todos nosotros nos alejamos del barco.

—¿Qué hacen? —preguntó el Guardián Terry.

Yo también lo ignoraba.

—Potus nunca mencionó que un reino habitaba actualmente en la Isla de Zanvera —dije.

—¿Queréis decir que no lo sabíais? —preguntó Brendan sorprendido—. ¿Cómo creéis que se hizo tan rico?

¿Eh? —pregunté.

No solo había una confusión entre mis memorias maduras y mi inmaduro cuerpo. Para mi conocimiento, interno y externo, Potus nunca había tenido un reino y nadie más que él había puesto pie en la isla en más de mil años.

—¡Oh!, chicos. —Brendan sonrió, peinando su cabello lejos de sus ojos—. Pensé que vosotros lo sabíais todo. Potus ha sido el rey de esa isla por siglos. Se volvió rico vendiendo las plantas que crecen ahí.

Miré a Terry que parecía tan confundido como yo.

—No se cuanta gente vive ahí, pero han vivido ahí por siglos. Pensé que vosotros ya lo sabíais —agregó Brendan.

—Pero dijo que no estaba sacrificando cosa alguna en darnos la isla —replicó Garrik.

Brendan sonrió. Había una feliz y contenta expresión en su cara, fascinado de saber algo que los Guardianes no sabíamos.

—Apuesto que no es un sacrificio —dijo Brendan—. Potus puede tener un reino dondequiera que desee, solo que él lo estableció en la Isla de Zanvera.

Sentí cierto orgullo acerca de todo ello. Con la fuente de poder más grande en el mundo, Potus había construido su propio reino sin que nosotros lo notáramos. ¿Cómo lo había hecho? El único camino hacia el valle era por el Oeste y conducía directamente al corazón de la ciudad de Kovz. ¿Cómo pudo haber transportado las hierbas raras de la Isla de Zanvera sin que nosotros lo viéramos?

Sonriendo contento y orgulloso, me dirigí de nuevo a la playa, un poco avergonzado por mi desnudez puesto que los extraños en la cubierta me estaban mirando.

Obviamente tenía otra ruta fuera de Zanvera. Sin duda existía otro camino por el este que ninguno de nosotros conocía o, tal vez había construido una serie de túneles a través de las montañas. Por siglos, Potus y su reino habían estado exportando la gran variedad de hierbas y plantas de Zanvera; que valiosas deben haber sido.

Había hierbas curativas primordialmente: curaban heridas y contusiones en segundos. Las más poderosas podían lograr la recuperación de una extremidad del cuerpo amputada. Otras influenciaban la mente en maneras extrañas y únicas y otras actuaban como verdaderos afrodisíacos sobre el cuerpo humano. ¿Eran valiosas? ¡Por supuesto! Te apuesto que valían una fortuna.

Las plantas de la Isla de Zanvera no crecían en otra parte del Valle de Zanvera. Habíamos estado cultivándolas por siglos y formaban parte de nuestro limitado acervo de magia, pero las nuestras no eran tan potentes como las de la isla. Nada podía comparase con ellas. Necesitaban de un medio especifico para desarrollarse; había tanta energía natural que no podían ser plantadas muy lejos de su habitad natural sin, enseguida, perder su efectividad.

En la playa, mis pies descalzos se enterraban en la arena. Encontré una suave y plana piedra que aventé sobre la superficie del gran lago. Noté que aun seguía siendo observado desde la cubierta del barco. Ahí, a lo largo de los barandales, había docenas de personas de Potus. Eran personas atractivas, de cabello claro, pero piel oscura. Como era de esperar, estaba más interesado por los niños que estaban mirándome con una extraña fascinación y probablemente cierta envidia puesto que ellos estaban encerrados en el barco mientras yo estaba libre en la playa.

Todos estaban vestidos propiamente, muy cubiertos considerando el calor del día. Los hombres y las mujeres estaban vestidos completamente. Los niños y las niñas usaban pantalones cortos y faldas respectivamente, pero nada que pudiera parecer deliberadamente seductivo. Ver a un niño desnudo, caminando libremente e inocentemente por la playa, debió haber sido algo extraño para ellos. Sin nada de que avergonzarme, deje que me miraran, sintiéndome aun mas contento cuando se me irguió el pene y se alzó con toda su inocencia sin rastro de inhibición. Yo era un niño y los niños tienen erecciones. ¿Por qué debía entonces alguien escandalizarse por tal reacción natural?

Por sus caras, pude notar que ellos pensaban que yo era un salvaje incivilizado. No me importó. Si yo era un salvaje, era uno bien portado y feliz.

Calvin y Caldor negociaron por más de dos horas; durante ello, los niñitos y yo jugamos en la playa bajo las miradas reprobantes de los adultos en el barco; los niños a bordo solo parecían curiosos.

Cuando los dos hombres finalmente regresaron, noté que aun existía cierta distancia entre ellos. Caldor hablaba sin cesar y Calvin lo miraba con intenso interés, asintiendo frecuentemente. Cuando llegaron con nosotros, Caldor siguió hacia su barco mientras el resto de nosotros nos reunimos alrededor de Calvin.

—¿Y en que habéis quedado? —Terry les preguntó directamente.

—Quieren la Ciudad de Kovz —dijo Calvin, mirando alrededor a todos nosotros; no obstante, muchos de los niñitos más pequeños no entendían lo que estaba diciendo.

—¿Les entregarás la ciudad? —preguntó Garrik seriamente.

Calvin sacudió la cabeza.

—Ello depende de la aprobación de todos nosotros. Ellos quieren regir sobre todo el Valle de Zanvera —continuó—, la antigua ciudad, los campos, todo. A cambio, ellos prometen darnos todo lo que necesitamos: comida, ropa, minerales, el barco, todo lo que queramos. Lo único que no se nos permite es hacer comercio con otros.

Terry asintió.

—Eso suena justo. Me sorprende, ya que, no parecía que le agradáramos —dijo Terry.

—¡Oh!, en realidad no les agradamos. —Calvin rió—. Ellos son estrictamente heterosexuales y no aprueban para nada el sexo entre niños.

—¿Y entonces? —dije.

—No importa —continuó Calvin—. Potus les ordenó que abandonen la isla y ellos saben que tienen que hacerlo. Están tratando de arreglar el mejor trato que se pueda, pero en realidad no tienen otra opción. Tuve, sin embargo, que prometerles que no trataríamos de seducir a alguno de sus niños. Mejor dicho, no fue una promesa, pero él me lo pidió respetuosamente, así que, acepté.

—¿Y si acaso algunos de sus niños quieren unírsenos algún día? —preguntó Terry—. No podemos rechazar a un niño y, estoy seguro que hay niños homosexuales en su comunidad. No pueden evitarlo.

—Le mencioné eso y acordamos discutirlo después cuando fuera más conveniente. Pero, por ahora, la isla es nuestra —dijo Calvin.

—¿Ya podemos ir? —preguntó el Rey Erin, tan ansioso como yo de ver nuestro nuevo hogar.

—Muy pronto —respondió Calvin, mirando sobre nuestras cabezas para ver a la gente de Potus comenzando a descargar—. Ellos tienen otros cinco barcos llenos de gente que necesitan llegar a playa. No quieren que alguno de nosotros llegue a la isla hasta que todos sus niños estén aquí.

—Vaya, en realidad no confían en nosotros —Terry sonrió.

—No, y quieren a todos vestidos sin excepción. Dijo que los Guardianes y la Familia Real podíamos ir ahora a inspeccionar el lugar, solo si prometíamos usar ropas y no hablar con ninguno de sus niños.

—¿O sea que ya podemos ir? —Kelly se rió emocionadamente.

—Sí —dijo Calvin, acariciando el cabello del niñito.

Le tomó casi media ahora a toda la gente de Caldor para descender a la playa. Entre tanto, pantalones cortos y camisetas nos fueron dados a mí y a los otros parvulitos. No había usado una pieza de ropa por meses y en realidad no quería usarla, pero noté que lindos se veían los otros niñitos con sus cuerpos parcialmente cubiertos.

Caldor permaneció atrás mientras nosotros abordábamos el barco. Ya estaba vacío, excepto por el Capitán y, el tamaño de la nave era impresionante. Caldor había traído más de mil personas de la isla: sin ellos, la cubierta se veía mucho más amplia y grande ante nosotros.

El Capitán era sorprendentemente amistoso en comparación con Caldor y los otros. Nos invitó a la cabina de control donde sentimos como el barco se movía hacia delante. Usaba, como yo sospechaba, un convertidor de energía ambiental, algo que era muy posible por la cercanía con la Isla de Zanvera donde había mucha energía para ser convertida. Aparte del sonido del agua siendo desplazada por la rueda trasera, todo era silencioso. Desde el cuarto de control, el Capitán giraba timón del barco y controlaba la velocidad. Acostumbrado a tratar con niños curiosos, dejó que tomáramos turnos en estas importantes tareas.

A pesar de que el barco era veloz, el mar era extenso y nos tomo como una hora llegar a la isla. Primero, solo se veía como una pequeña chispa a lo lejos desde las aguas. Sin embargo, pronto un color verde comenzó a levantarse a lo lejos desde el horizonte.

—Ahí esta —

dijo el Capitán, cargando a Kelly para que pudiera ver por la ventana.

—¿Qué esa cosa plateada? —preguntó el niño antes que yo.

—Aquello es el la aguja del Templo, supongo —dijo el hombre.

—Se me olvidó deciros. —Calvin sonrió mostrando que no lo había omitido a propósito—. Al parecer la gente de Potus ha estado haciendo algunas remodelaciones para nosotros.

—¿Remodelaciones? —preguntó Kelly; aquella palabra le sonaba desconocida a su linda carita.

—Así es —dijo el Capitán sonriendo—. El Rey Potus puso a trabajar a muchos obreros desde siglos atrás. No sabíamos para que construíamos tantos edificios, pero al parecer, él si lo sabía.

—¿A que se refiere? —preguntó Terry; su joven carita parecía llena de dudas.

—Si lo que Caldor me dijo es verdad —respondió Calvin—, Potus debió haber sabido que algún día necesitaríamos la isla desde hace mucho tiempo. Parece que han estado construyendo un reino solo para nosotros.

—Así es. Lord Caldor nunca miente —dijo el Capitán, sonando un poco molesto por que Calvin estaba sugiriendo que el hombre no era de palabra—. Ocho generaciones de nuestra gente han trabajado arduamente para construir vuestro reino. No tengo la certeza que será de su completa aprobación. Su Majestad nos solo nos dijo que construyéramos. No dijo el porqué y por tanto estábamos preocupados por su cordura por muchos siglos.

—¿Por qué? —pregunté, pues no comprendía por que alguien cuestionaba la cordura de mi hermano.

—Por las obras de arte… —Calvin sonrió.

—Así es, y si que es extraño ese tipo de arte —agregó el Capitán enseguida—. Vosotros sois niños muy extraños como para desear tener tal hogar y estar viendo cosas como esas.

—Hay mucho espacio para nosotros —repuso Calvin para evitar que el hombre continuara.

—¿Qué tanto espacio? —preguntó Erin.

—Espacio para albergar mil veces más de lo que tenéis ahora —respondió el Capitán, girando el timón y asegurándose que el Príncipe Tod no fuera a virar el barco en círculos—. Pensamos que era extraño que no dejara que nuestra población creciera a más de cinco mil personas. Aparentemente, el sabía que vosotros lo necesitaríais algún día.

La isla parecía agrandarse a nuestros ojos; fácilmente se apreciaba lo grande que era. De norte a sur, media, al menos, veinte leguas de longitud, tan grande que no querrías caminar a lo largo de ella en un solo día. Se elevaba de la playa a, tal vez, cuatrocientos metros de altura. Hasta arriba, observábamos la aguja plateada del Templo que se desvanecía entre los árboles. Aun desde esta distancia, la isla lucia exuberante y cubierta de vegetación.

—Regirás sobre un reino majestuoso cuando crezcas, jovencito. —El Capital le sonrió a Erin, aparentemente sin estar consciente de que nuestro joven rey probablemente nunca crecería—. El palacio será tu favorito. Me es difícil creer: ¿cómo puede Nuestra Majestad regalar tan majestuoso palacio? Nunca lo entenderé, aunque nunca vivió ahí mucho tiempo tampoco.

—Se sabe que Potus viaja mucho. —Rick sonrió.

—Así es. Casi nunca se quedaba en un solo lugar —afirmó el Capitán—. Lord Caldor es quien administra nuestro reino. Su Majestad, bendito sea, es un alma valiosa y no podríamos sobrevivir sin él, pero Caldor es el que hace que todo funcione.

Cuando la orilla de nuestro nuevo hogar finalmente estaba a la vista, el Capitán y el resto de nosotros nos quedamos en silencio, viendo con emoción y maravillándonos mientras el barco era acomodado. De este lado del lago había un muelle tan grande como para atracar el gran barco en el que nos encontrábamos. Con una sonrisa de satisfacción, el Capitán eficientemente condujo el navío hacia el muelle.

También había muchos otros edificios, austeros y sin adornos excepto por unas ventanas. Se veía que eran unas bodegas. Arriba de ellas, sobre un cerro, había un pintoresco pueblo con casitas y tiendas. Las casas tenían jardines con césped y grandes patios; lugares acogedores que yo ya estaba ansioso de tener como hogar. Las tiendas estaban básicamente sin adornos, sin grandes anuncios o pinturas llamativas ni nada. En lugar de ello, solo había grandes ventanas y caminos de madera al frente. Un camino empedrado se abría entre ellas, conduciendo a las casas y al bosque.

La gente se trasladaba por los caminos y calles; se veía muy atareada y diligente. Me enteré que había cientos de personas que traían sus pertenencias a la playa. Los hombres cargaban las cargas más pesadas mientras las mujeres y niños empacaban las más pequeñas ayudando a los más viejos. Sentí una profunda tristeza al saber que esa gente estaba abandonando el hogar que claramente amaban.

—¿Por qué no os quedáis? —pregunté.

—Ya nos llegó la hora —respondió el Capitán con un tono de nostalgia en su cara barbuda—. ¡Que vida ya habíamos construido aquí juntos. Tantas vidas…

Me sentí triste por él, viendo su cara resignada. En sus ojos había lágrimas y sentí un fuerte deseo de abrazarlo y hacerlo sentir mejor, pero no lo hice. Si en realidad habían estado viviendo por siglos aquí, como Brendan había dicho, entonces, los estábamos forzando a abandonar el único hogar que habían conocido. Generaciones enteras habían nacido, crecido y muerto en estas tierras que ahora nosotros proclamábamos como nuestras. No era justo.

—¡Bah!, que importa. —El Capitán dijo con sus ojos llorosos—. Habrá un nuevo reino ahora. Potus nos lo ha prometido. Y mas niños, y un reino mas grande también. Si vuestro reino realmente nos ayuda a acabar con los Ancianos, todo habrá valido la pena.

Nos estábamos acercando más a la orilla cuando vimos una docena de hombres en el muelle, listos para ayudarnos a desabordar. Las palabras del Capitán llamaron mi atención. Miré a Calvin y el también me estaba mirando. Sabía lo que el Capitán se estaba refiriendo.

—¿Ayudar a acabar con los Ancianos? —pregunté—. ¿Son ellos vuestros enemigos también?

—Así es. —El Capitán dijo enfáticamente y pude ver una mirada de odio en sus ojos—. Ellos fueron los que destruyeron el antiguo reino de Potus, lo que ahora es el tiradero de Southron. No descansaremos hasta que los Ancianos sean destruidos.

—¿Cómo se supone que os ayudaremos? —pregunté, contento de saber que teníamos amigos en este mundo, aunque solo fuera porque compartíamos un enemigo en común.

—Eso no lo se, jovencito —El Capitán me sonrió—, pero si Potus confía en vosotros, así será.

Esto era intrigante. Potus ya tenía algún plan o una visión en mente cuando nos donó la Isla de Zanvera. Cualquier hombre que podía prever la destrucción de la Ciudad de Kovz y la necesidad de un hogar más seguro, seguramente tenia una mayor sabiduría que la que yo tenía en ese momento. No obstante, yo solo era un niño, y niño siempre sería. En cambio, Potus había adquirido mucha experiencia y habilidad para regir sobre un reino.

Hubo instrucciones dadas desde el muelle mientras la ruda propulsora se detuvo junto con el barco. No entendía que es lo que estaban diciendo, pero miraba fascinado como los hombres tomaban sus posiciones, obviamente sabiendo como atracar la monstruosa nave. Más allá de esos hombres, algunas familias valientes se acercaban para ver a los recién llegados. La mayoría estaban ocupados con sus actividades y preparativos.

Justo cuando creía que íbamos a impactar con el muelle, el Capitán giro el gran timón y el barco viró. Nuestra velocidad disminuyó dramáticamente pero la inercia hizo que continuáramos moviéndonos hacia el muelle. En perfecta sincronización, la maniobra del Capitán hizo que el barco golpeara muy levemente el muelle y, antes de que pudiera alejar, la docena de hombres rápidamente tiraron de las amarras y las ataron al muelle. Eran maniobras perfectas sobre un barco.

Mientras el Capitán nos conducía fuera de la cabina de controles hacia la cubierta, los hombres colocaron una rampa para que pudiéramos desabordar.

—Capitán —dijo Calvin, volteando a vernos—, es Ud. verdaderamente un marinero experto. A nombre de Su Majestad y todos los Niños de Kovz, le digo que esperamos ansiosamente su frecuente presencia en nuestra isla.

—Se lo agradezco —dijo el Capitán con una atenta reverencia—. Espero que disfrutéis vuestro nuevo hogar, Sir Calvin. Nuestra gente ha trabajado arduamente y esforzado bastante para ofreceros un buen lugar a vosotros.

—Vuestra gente será por siempre estimada en la Isla de Zanvera —respondió el Rey Erin, dando un paso adelante y haciendo una reverencia junto con Calvin—. Que nuestra amistad sea eterna.

El Capitán sonrió viendo la formalidad del joven niño, pero asintió e hizo otra reverencia.

Esperaba que fuésemos recibidos por un guía o alguien. Todo lo que supe es que después de bajarnos del barco, nos encontrábamos frente a una multitud de gente ocupada y curiosa, pero ninguno de ellos se acercó a saludarnos.

—Vamos —dijo Calvin, poniendo sus brazos alrededor de mis hombros y los de Erin, conduciéndonos fuera del barco.

Todos observábamos curiosamente a nuestro alrededor. Permanecimos callados mientras Calvin nos conducía por el camino empedrado. La gente mostraba diferentes actitudes mientras pasábamos. Las mujeres nos miraban sospechosamente, rápidamente haciendo callar a sus hijos y ocultándolos. Los hombres que no reaccionaron de la misma manera, nos hicieron una pequeña reverencia. Todos, sin excepción, nos miraban.

Con Calvin sujetándonos a Erin y a mí, y con los demás niños siguiéndonos atrás, continuamos por el camino hacia el centro de la ciudad. Yo contemplaba maravillado los majestuosos edificios, la dulce y gentil calma del lugar. Traté de no mirar a la gente, deseando que pudiésemos ser amigos, pero sabiendo que eran muy diferentes como para tener una esperanza. Sintiéndome un poco triste por ello, seguí al resto del grupo hasta que llegamos a una acogedora villa.

Aproximadamente a treinta metros de la última casa, Calvin se paró y esperó a los demás. Solo había diez de nosotros, pero Kelly se estaba retrasando en la colina y el Príncipe Ben estaba cortésmente esperándolo. Cuando todos estábamos juntos, Calvin miró a las caras contentas con un sentimiento de alegría.

—Muy bien, chicos —dijo Calvin—, si todo es como Caldor lo describió, están apunto de ver el lugar más maravilloso del mundo.

—¿Por qué no se puede quedar esa gente? —Kelly preguntó, su linda carita llena de tristeza igual que yo.

—No les gustaría quedarse, nene. —Calvin suspiró—. Además, ellos tendrán una vida maravillosa a donde van a ir y, nosotros les vamos a ayudar. No te preocupes, Kelly, serán felices.

Kelly no se veía muy convencido y yo tampoco, pero, ¿qué podíamos hacer?, ¿rechazar esta isla paradisíaca?

—¿Estáis todos listos? —Calvin sonrió.

Había una puerta de hierro forjado y una cerca de lo largo de cien metros en todo el camino. La puerta no estaba cerrada con candado, así que Calvin la abrió y todos entramos hacia una exuberante área boscosa y oscura donde las copas de los árboles cubrían la mayoría de la luz del sol y solo dejaban pasar algunos rayos entre las verdes hojas. Más allá de la entrada, el camino continuaba inclinándose gradualmente.

Pareció una eternidad hasta que todo el paisaje cambió y entonces una hermosa vista nos sorprendió. El bosque terminaba abruptamente en una grande extensión de verdes praderas que parecían prolongarse por kilómetros. Parecía un campo de tréboles con gran variedad de plantas, meneándose suavemente al paso de una suave brisa bajo el brillante sol. El camino conducía hacia otro bosque; no obstante, ya podíamos ver la gran aguja del Templo a lo lejos, en lo alto de la colina. Vimos también varios edificios chicos entre los campos y el bosque, en ambas direcciones; sin darles mucha importancia, proseguimos por la pradera.

Íbamos maravillándoos por la hermosa vista, comentando y haciéndonos preguntas. Calvin pudo responder algunas, pero incluso él tuvo que admitir que no sabía algunas cosas. El próximo bosque terminaba en otra pradera de un pasto verde brillante, el camino era cruzado por otro que se bifurcaba en dos más hacia la derecha y la izquierda. Un letrero con flechas indicaba que el muelle estaba atrás de nosotros, el palacio hacia delante y “Roja” y “Blanca” en ambas direcciones. La vista de estas palabras nos indicó que los colores de la antigua Ciudad de Kovz habían sido preservados y que había casas en ambas direcciones; sin embargo, todos estuvimos de acuerdo de continuar hacia el palacio.

Pasamos otro bosque y otra extensa pradera antes de notar que ya casi estábamos en la parte más alta de la isla. La emoción se incrementaba y no parábamos de hablar y solos nos callábamos cuando veíamos algo nuevo. Más adelante, este último bosque terminaba en una parte clara donde sabíamos que nuestra travesía había terminado. Para mí, había sido un viaje que había comenzado en Villa Tarsec muchos meses atrás. Para otros, había sido un viaje de más de cinco años, desde que los Ancianos habían destruido la antigua Ciudad de Kovz. El escenario que nos recibió mientras escalábamos la cima, hacia que todo hubiese valido la pena.

Los relieves de la isla formaban una cuenca que comprendía el corazón de lo que se convertiría en el Imperio de Kovzland. A pesar de que ya habíamos escalado más de doscientos metros, el precipicio ante nosotros caía otros doscientos metros antes de llegar en una vasta llanura. Desde donde estábamos hasta el final de valle, había al menos medio kilómetro cuadrado extendiéndose de Este a Oeste.

Todo hacia el Este del valle, se encontraba el Templo que, aunque ya habíamos visto desde lo lejos, se veía más impresionante desde cerca. Tenía un acabado en plata que no ocultaba su esplendor. La aguja se levantaba doscientos metros en el aire desde la llanura de la cuenca sobre un pedestal en forma de octágono colocado concéntricamente. Ante el pedestal, blancas escalinatas de mármol conducían a dos puertas que debieron haber sido enormes, pero parecían pequeñas considerando la enorme distancia a la que estábamos.

Hacia el otro extremo, al Oeste de valle, se encontraba el palacio. Era de color blanco y dorado, reluciente por la luz del sol. Se veía enorme, incluso desde donde estábamos. Los ventanales, que variaban en altura y tamaño alrededor de la fachada, indicaban la altura de cinco pisos del Templo que era más de cien metros de longitud de lado a lado. Juzgando por su colocación en el valle, era al menos cincuenta metros de ancho. Enorme para cualquier estándar.

Entre estos dos majestuosos edificios se encontraba un pulcro jardín con flores, arbustos, fuentes y estatuas que complementaban el espacio del valle. Parte de este jardín estaba abierto e inundado de un mar de colores: cientos de flores, todas colocadas ingeniosamente sobre jardineras con caminos empedrados que conducían a ellas. Otras partes de perdían entre complicados laberintos de arbustos y árboles pequeños; algunos estaban cargados de flores. Dispersas por el terreno, había estatuas de marfil y de piedra, cientos de ellas. Desde donde estábamos, se podía apreciar una gran gama de colores y figuras. Un conjunto tan grande y detallado que tomaría meses para apreciar completamente.

El camino en el que estábamos se inclinaba en una pendiente a lo largo del valle y conducía directamente a un pequeño cerro donde se encontraba una fuente muy elegante. Las terrazas la rodeaban como una pirámide escalonada y el agua fluía alrededor en pequeños chorros cristalinos y brillantes; una estructura que debió haber tomado años en ser construida. Sobre las terrazas, había más flores y más estatuas, espacios abiertos y escalinatas, piscinas y estanques con chorros de agua. Estaba tan admirado por tanta belleza que solo me quede contemplando el lugar con la boca abierta.

—Esto debió haber costado una fortuna —dijo Terry suspirando en silencio.

—Y una gran fortuna —agregó Rick.

Estábamos tan admirados como para creer que ahí seria el nuevo hogar de los Niños de Kovz. Estábamos pasmados y sin palabras para describir nuestra emoción. El Rey Erin, amo de toda esta propiedad estaba sin palabras también.

Con nuestros corazones latiendo rápidamente y nuestras mentes llenas de asombro (parecido al del primer orgasmo de un niño), corrimos por el camino de ladrillos dorados hacia la fuente central. Una vez en el valle, nos encontramos rodeados de dos filas de hermosas estatuas. Estaban colocadas sobre pedestales de treinta centímetros y cada una era una fiel representación de un niño. El camino era de aproximadamente seis metros de ancho y varios cientos de metros hacia la fuente, todo el camino lleno de majestuosas estatuas. Algunas estaban completamente vestidas, otras desnudas. La mayoría estaba en ropa interior. Los niños representados en las estatuas estaban de pie o realizando alguna acción. Algunos estaban sonrientes con sus miradas hacia los jardines; otros tenían una mirada solemne y pensativa. Todo ellos parecían estar vivos, excepto por sus sólidos acabados de piedra.

Cuando llegamos a la fuente, mis sentidos estaban embelesos. Había demasiada belleza en aquel lugar y era difícil creer que en realidad íbamos a vivir ahí permanentemente.

Nos quedamos un momento admirando la fuente, asombrados por la belleza y elegancia. Si yo hubiese tenido recursos y tiempo ilimitados, justo así hubiese construido Kovzland. Y así lo había hecho Potus.

—Vamos al palacio —dijo Calvin con su grave voz.

Desde la gran extensión de dorados ladrillos que rodeaban la gran fuente, el camino de seis metros de ancho se extendía desde el Templo hacia el palacio de Norte a Sur. Viniendo desde el Sur, tomamos el camino del Oeste hacia el majestuoso edificio que sería el nuevo capitolio de Kovzland.

Con gran imaginación, el lector puede comenzar a imaginarse el palacio, pero no hay manera de describir la perfecta e inmaculada belleza del lugar. No puedo describirlo de la misma manera que un salvaje no podría describir la belleza de Paris, la variedad de Nueva York, o la majestuosidad de Roma a sus tribus nativas.

Al frente del palacio había un gigantesco atrio con amplias escalinatas que conducían a una obra de arte arquitectónica. Más allá de las escalinatas, había una escalera que conducía hacia las puertas. Estas no tenían candados y Calvin pudo abrirlas fácilmente mostrando un reluciente pasillo que era tan grande como para albergar a trescientas personas. El piso era de elegante mármol con áreas cubiertas de preciosos tapetes; las paredes decoradas con maderas preciosas de caoba, roble y teca.

Como pieza central, el salón tenia una gran piscina cuyo centro tenia una fuente; alrededor de esta, había una serie de estatuas representando a un niño de no más de cinco años de edad y, cada una de la estatuas que seguían mostraban al mismo niño creciendo hasta que llegaba a una estatua donde parecía tener quince años. Estas estatuas eran diferentes a las de afuera, ya que aquellas tenían aspecto de piedra, pero estas se veían como si fueran niños de verdad. Los chorros de la fuente daban la ilusión de que las estatuas se estaban moviendo como si un grupo de niños estuviesen duchándose.

A los lados, las puertas daban acceso hacia otras partes del palacio, al igual que dos escaleras que llevaban a los balcones de la entrada. Sobre las paredes había pinturas de niños al óleo. Pude reconocer a todos ellos: los diez niños que habían establecido Kovzland originalmente, incluyéndome a mi, Calvin y los otros.

Se necesitaría un libro entero para describir al palacio únicamente. Un conjunto de libros para describir los jardines de Kovzland. Una biblioteca entera para describir la ciudad completa. Que sea suficiente decir que todo era majestuoso y lujoso.

El palacio lo tenía todo. Mas allá de la entrada estaba la sala del trono para reuniones oficiales; una enorme sala de baile par alas fiestas; una, también, enorme sala de estatuas y espejos llamada “El salón de los Niños”: una gran habitación llena de las mismas estatuas que habíamos visto en la entrada (aunque estas representaban comportamientos eróticos); comedores y cocinas capaces de atender a miles de niños; salones adicionales para reuniones, escenarios, cuartos de baile y cuartos de “juegos”: habitaciones con deliberados y evidentes propósitos sexuales. También había un gimnasio para atletismo, una alberca gigante con toboganes y, muchas otras habitaciones para entretenimiento. Finalmente había una serie de suites: pequeños departamentos con salas independientes, recamaras, cocinetas y baños. Estas suites variaban en lujo (la más grande fue inmediatamente asignada a Erin) hasta algunas más modestas donde los huéspedes eventuales podía hospedarse algunos días. Todas estaban impecablemente amuebladas y decoradas.

Mil niños podían vivir feliz y cómodamente en las habitaciones del palacio.

—Ya ni nos veremos —dijo Kelly en cierto momento.

En la parte trasera del palacio, en el quinto piso, había un gran balcón. Cuando llegamos ahí, ya había pasado el medio día y pudimos ver la embarcación en la que habíamos llegado. Varias horas ya habían pasado. ¿Acaso el resto de nuestros niños estaba en el barco? ¿En realidad la isla era nuestra? Ello no importaba. Nuestro asombro estaba finalmente calmándose y convirtiéndose en gozo y entusiasmo.

Uno de nosotros sugirió que inspeccionáramos las Casas Magnas; una hazaña que no creíamos lograr en solo día, solo si nos apresurábamos. Con Calvin actuando tan pueril y entusiasmadamente como Kelly y yo lo estábamos, bajamos la escalera y corrimos hacia la gran fuente en el centro del capitolio. Había detalladas señalizaciones en todas las direcciones, mostrándonos el camino a cada una de las casas: Blanca, Azul Claro, Azul, Gris, Amarilla, Roja, Verde y Púrpura. Emocionadamente, todos queríamos ver colores específicos. Calvin, sin embargo, sugirió que fuéramos a la Roja. La señalización anterior nos había indicado que la Roja estaba cerca del muelle y, todos debíamos estar ahí cuando nuestros demás amigos llegaran, probablemente cerca del anochecer.

Poco a poco íbamos asimilando que este sería nuestro hogar. Ansiosos de explorar todo, corrimos hacia el camino por el cual habíamos llegado, jugueteando y riéndonos alegremente por las praderas. Era tan emocionante. No obstante, mi adrenalina y excitación ya habían disminuido cuando llegamos a la villa que se convertiría en la Casa Magna Roja. Mis piernas rubias ya se me empezaban a cansar y me empezaba a sentir fatigado; sin embargo, todavía tenia energía suficiente para ver la villa, que literalmente lo era. Roja, que había sido antes una sola mansión de ochocientos niños, era ahora una serie de varias mansiones y casas. Además, había áreas de juegos, gimnasios, piscinas y tiendas; todo lo que una comunidad de niños deseaba. Había, además, fuentes, parques y jardines, similares a los que estaban cerca del palacio. Lo único que faltaba eran obras de arte, pero concluimos que Potus las había omitido a propósito para que nuestros niños las crearan.

Ya comenzaba a anochecer para cuando llegamos al muelle. Todos estábamos fatigados, incluyéndome a mí y a Kelly. Los niñitos tienen mucha energía, pero cuando se les acaba, se les acaba completamente. Mientras el sol se ocultaba detrás de las montañas al Oeste, yo me sentía como un sonámbulo.

El Capitán y su barco ya habían llegado y estaba abordando la última carga de pasajeros junto con sus pertenencias, los últimos de los antiguos habitantes de la que ya era nuestra isla. Kelly y yo nos recostamos por un momento mientras Calvin fue a hablar con el Capitán.

—Nunca encontraremos a tantos niños como para llenar este lugar —murmuró mi amiguito.

—Sí los encontraremos; ya lo verás —dije mientras me recostaba sobre el pasto—, más pronto de los que pensamos.

—No encontraremos a tantos Niños de Kovz —agregó Kelly.

Kelly bostezó, lo que hizo que su carita se viera adorable. Yo bostecé también, simpatizando con su fatiga.

—Ahora ya podemos tener niños humanos también —dije—. Tenemos mucho espacio.

Envolvimos nuestros brazos en uno sobre el otro y nos besamos. Lentamente nos recostamos sobre el pasto. Comencé a pensar en hacerle el amor y al parecer él pensó lo mismo, pues los dos comenzamos a reírnos entre dientes y a tocarnos bajo nuestros pantalones cortos y nuestras camisetas. Sin embargo, antes de que pudiéramos hacer mucho, ambos nos comenzamos a dormir.

—No van a regresar esta noche —dijo Calvin.

Sabía que no era un sueño, pero estaba muy cansado como para responder.

—¿Crees que los demás van a estar bien? —preguntó Rick.

—Claro que sí —respondió Calvin—. Esto es de verdad, Rick. Es un mundo nuevo ahora.

Hubo un silencio momentáneo y, ambos Kelly y yo estábamos casi dormidos. Entre sueños podía sentir mi mano bajo la camiseta de Kelly, acariciándole la pancita.

—Solo míralos —dijo Rick—. ¿Alguna vez pensaste que tendríamos todo esto?

—Nop —respondió Calvin con una sonrisa—. Potus tiene un gran plan, Rick. Creo que estamos presenciando el principio del final de los Ancianos.

—¿Quién diría que sería gracias a Potus? —La voz de Rick preguntó.

—Kelvin —respondió Calvin sencillamente—. Él sabía que este día se acercaba.

Eso es todo lo que pude escuchar antes de perder conciencia hasta el día siguiente.

El día anterior realmente nos había agotado más de lo que habíamos creído, pues el sol ya estaba en lo alto cuando Kelly y yo despertamos. Se escuchaba el sonido de la rueda propulsora del barco golpeando el agua. Yo me levanté frotándome el sueño los ojos. Sentí y escuché a Kelly bostezando mientras se enderezaba junto a mí.

—¿Me chupaste el pito anoche? —Kelly se rió juguetonamente—. Creo que soñé que me lo chupabas —dijo riéndose más fuerte, su linda cara sonrojándose mientras se recostaba de nuevo sobre el pasto.

Los otros chicos ya se habían levantado y habían preparado el desayuno. Kelly y yo éramos lo únicos que seguíamos acostados sobre el pasto; el resto estaba en el muelle preparando las amarras.

—Ya llegaron los demás niños —dije, poniéndome de pie. Tras de mi, Kelly estaba sonriendo, pero se volvía a acostar. Nunca fue un madrugador.

Descendí y saludé a mis amigos que habían sido nuestros huéspedes en la Ciudad de Kovz. Estaban tan emocionados como nosotros lo habíamos estado y estaban ansiosos de ver su nuevo hogar. Sin embargo, no habían comido y Rick insistido en que desayunaran antes de continuar. Mientras comíamos, varios de los chicos mayores, diligentemente, descargaron el barco que habían empacado la noche anterior. El Guardián mayor tuvo una última charla con el Capitán antes de soltar las amarras y dejar que el barco partiera de nuevo. Pronto, el Capitán encendió los motores y la rueda comenzó a girar; los cincuenta y tres de nosotros fuimos dejados en nuestro nuevo hogar.

Si el día anterior había estado fatigante, el que siguió fue aun peor. Emocionados de estar ahí, Kelly y yo jugamos luchitas por todo el lugar junto con los otros niñitos siguiéndonos emocionadamente. Había caballos en la isla, muchos caballos con relucientes sillas de oro y caoba para montarlos. Todos estábamos disfrutando el momento tanto, sin embargo, nadie quería lidiar con un montón de caballos y ensillarlos.

Generalmente, seguíamos a los chicos mayores mientras se aventuraban más allá de la Casa Roja, Azul Claro y finalmente Blanca. Cada una de las casas estaba localizada junto a la playa, así que, llegar de una a otra tomaba cierto esfuerzo. La Casa Blanca, de hecho, estaba separada por una cerca de hierro muy parecida a la de la villa cerca del muelle. Pudimos pasar por ella fácilmente y además era la más cercana al palacio, justo bajo la colina, pero era había una distancia considerable entre los dos edificios.

En todo caso, las Casas Magnas que habíamos conocido en el pasado eran ahora pequeñas villas, cada una autosuficiente para cubrir sus necesidades. La Blanca era un poco diferente de las demás, porque había sido diseñada para proteger a los parvulitos más pequeñitos. Las habitaciones eran más pequeñas y había muchos conejitos y patitos decorando las paredes. También tenia muchas cosas peculiares en sus tiendas que se extendían por la calle principal; cosas como pañales y sonajas.

Kovzland no había tenido bebés por más de mil años y, pocos niños tenían menos de cinco años, así que, parecía extraño que hubiera ese tipo de objetos en esas tiendas, pero no le di mucha importancia.

La Casa Blanca también tenia, como las demás, muchas otras tiendas con todo lo que un niño puede desear. Había tiendas absolutamente necesarias: caramelos, galletas, tiendas de helados y cosas así. También había otras menos importantes (para mi): tiendas de ropa —dos o tres de ellas eran especializadas en ropa de deportes, atuendos formales y ropas de juego—, zapaterías, jugueterías, etc. Realmente era un lugar con todo lo que los niños pudiesen necesitar.

En cuanto a la estructura de cada una de las villas, en lugar de tener muchas casas para familias, estas eran grandes mansiones, cada una construida para alojar cientos de niños. En cada una de las villas había una habitación donde los niños creaban sus propias obras de arte.

Fuera de las ocasionales erecciones en algunas estatuas, la mayoría no eran sexuales en su temática.

Ya estaba empezando a oscurecer cuando finalmente llevamos a todos los niños hacia el majestuoso logro que Potus no había dado. Como nosotros, estaban asombrados por el esplendor del palacio, el Templo y los jardines y eso hizo que nos apuráramos. Esta vez si fuimos al Templo, y todos pudimos apreciar con que fidelidad Potus había recreado nuestro Templo original de Ciudad de Kovz, excepto que lo había diseñado más grande y más lujoso. Jonathan Quade, nuestro nuevo Sumo Sacerdote, había traído todas las reliquias y talismanes de la antigua ciudad (los únicos objetos permitidos para transportar a caballo) y, yo miraba con una extraña fascinación mientras el extendía el grueso, tapiz de seda que había encontrado en el sótano del antiguo Templo sobre el nuevo altar. Había algo acerca de este templo que aun no comprendía, pues los otros niños se tornaron ansiosos de llevarnos a Kelly y a mí al palacio.

Ya habiendo estado en el palacio, no era tan emocionante para mí volver como era para los niños nuevos. Además, Calvin y Rick estaban charlando con los chicos mayores, explicándoles como se iban a distribuir las habitaciones y como todo ello se relacionaba con nuestra antigua vida en la Ciudad de Kovz.

Comencé a sentirme muy excitado después de haber pasado dos días sin juegos sexuales. Ya quería que todos nos estableciéramos y volver a las cosas buenas de la vida… como mi pene.

Tuvimos una cena ligera en uno de los comedores pequeños; aun así, era extraño ver a cincuenta y tres niños en una habitación hecha para acomodar a doscientos. Para ese momento, lo único que pasaba por mi mente era tener sexo con alguno de los niños y Chad se veía asombrosamente lindo, acariciando su pito de diez años dentro de sus pantalones cortos como lo estaba haciendo. Desafortunadamente, el lindo nene corrió después de cenar y no pude alcanzarlo. Sin duda que iba a esconderse a algún lugar para frotarse el pene. Él era nuestro masturbador compulsivo.

Sintiéndome un poco abandonado, fui a caminar por el edificio y me di cuenta que Kelly no había estado equivocado: de verdad parecía que ya no nos veríamos. Había tantas habitaciones y tantas cosas que hacer.

Estaba explorando el primer nivel cuando me topé con el Príncipe Ben en uno de los cuartos de juego. Estaba recostado en el piso haciendo lagartijas y no me vio venir. Traía puestos unos pantalones deportivos y una camiseta sin mangas que dejaba ver sus brazos y espalda. Me quede observándolo en silencio y dándome cuenta que apuesto se veía. De todos los Príncipes, él y Tod eran definitivamente los más adorables de los adorables. Todos eran muy apuestos, por supuesto, pero Ben y Tod eran la élite.

Ben era un poco mayor que Tod y, según yo tenia entendido, tenía alrededor de catorce años con un cabello café claro que era grueso pero sedoso y suave. Su cara era una combinación de inocencia y conocimiento que es tan única en los púberes, con suave piel y afectuosos ojos azules. Mirándolo, escuchaba su joven voz de tenor jadeando y contando: “Dieciocho, diecinueve, veinte”, mientras se ejercitaba.

A través de su camiseta, pude ver sus hombros flexionándose puerilmente mientras sus brazos subían y bajaban en un rítmico movimiento.

Su trasero se veía muy atractivo bajo sus pantalones cortos; redondo y pueril. Bajo sus pantalones, sus tersas piernas de un color tan rubio como el mío o el de Kelly. Sus pies descalzos eran más grandes que el resto de su cuerpo, como es típico en los niños púberes.

Se detuvo en el numero veinticuatro, parecía exhausto, pero no débil; Ben no era el más muscular de todos tampoco. Se sentó jadeando y notó mi presencia.

—No te oí llegar —dijo, sonriendo adorablemente, su voz entrecortándose como es común en la pubertad.

—No era mi intención estar espiando —dije, sintiéndome avergonzado frente al jovencito.

—No hay problema. ¿Ya exploraste todo el lugar? —pregunto, poniéndose de pie.

Mi corazón latió más rápido repentinamente y no pude responder enseguida mientras su vientre se mostraba bajo su camiseta. Observe la increíble perfección de su piel, se veía tan suave y pueril alrededor de su ombligo. Al igual que su espalda y piernas, su vientre era perfectamente suave y lleno de juventud. Tragué nerviosamente, pero no pude quitar mis ojos de su piel.

—Algunas partes —respondí.

—¿Pasa algo malo? —preguntó, hacienda que volteara a ver su cara mientras se acercaba a mi. Su mirada era angelical. Anhelaba derretirme en sus ojos.

—No es nada —asentí con mi vocecita.

Él era quince centímetros más alto que yo. Lo miré a su cara antes de mirar hacia otro lado tímidamente. El sonreía al ver mi timidez y entonces sentí una de sus manos moviendo mi cara hacia arriba hasta que mis ojos se encontraron con los suyos. Suspiré cuando noté que su cara se acercaba a la mía y sus labios hicieron contacto con los míos. Sus largos y delgados brazos envolvieron mis tiernos hombros y el me llevó contra su pecho, gentilmente metiéndome su lengua en mi boca.

Mi respiración era jadeante por mi naricita mientras sus brazos se envolvieron alrededor de mi cintura, sus antebrazos rozando a largo de mi espalda baja. Hubo un sutil aroma a niño en pubertad que venia de sus axilas y que me hacia sentir intoxicado.

Ben gimió suavemente y nuestros labios partieron, permitiendo que su lengua explorara la mía, sus manos grandes frotándome la espalda. Mi pene se puso rígido en mis pantalones mientras sentía las manos del chico mayor deslizarse por mi columna vertebral, cogiendo mi camiseta y levantándomela y acariciándome directamente.

Paró de besarme mientras nuestros cuerpos se separaron levemente para que pudiera quitarme la camiseta.

—Eres un buen niño —dijo suavemente sobre mi cabeza.

Tiro mi camiseta al suelo y, yo caí sobre sus manos que me sujetaron contra su pecho y sus labios descendieron sobre mí, de nuevo. Podía sentir mi respiración acelerarse cuando comenzó a besarme por todo mi pueril pecho, lamiéndome mis tetillas de niño, sus manos grandes hacían que mi cuerpo luciera indefenso. Sus labios besaron mis hombros y por todo mi cuello y, pude sentir como sus suaves mejillas se deslizaban contra mi cara y mi pecho.

Estuve ahí, indefenso ante sus caricias y besos; mi cuerpo colmándose de impúber placer. Mis manos tomaron su camiseta, tocando su calido y suave vientre, haciéndome jadear más profundamente. Ben me soltó y dejó que le quitara la camiseta; después me haló hacia su cuerpo. Gemí cuando sentí mi pecho hacer contacto con el suyo y sus manos acariciándome las costillas.

Su pecho era perfecto, con músculos de jovencito. No estaba marcado como el de algunos chicos, llenos de músculos, pero aun así, se sentía muy suave contra el mío. Nuestros corazoncitos latían juntos en nuestros pechos. Sus tetillas eran pequeñitas y se sentían erectas sobre su rosada piel. Sus labios besaron mi cabeza y miré hacia arriba para sus labios pudieran encontrarse con los míos de nuevo. Sentí su lengua deslizándose dentro de mi boca. Kovz, si que sabía como hacer sentir bien a un niño.

Al sentir el tambaleo de mis rodillas, las manos de Ben gentilmente me guiaron hacia la alfombra, sus labios no se separaban de los míos. Nos tendimos en el suelo alfombrado y él puso sus brazos a mi alrededor y me atrajo hacia su pecho. Sentí una de sus manos en mis nalgas, sentí como colocaba su pene más cerca de mis pantalones cortos, hasta que sentí su miembro rígido pulsando contra el mío. Nuestras piernas se entrecruzaron, ambas suaves y sin vellos, y sentí los dedos de sus pies descalzos frotando contra la planta de mis pies, haciéndome sentir unos placenteros escalofríos por todo mi cuerpo. Dejo que sus labios se deslizaran sobre los míos y su otra mano puso mi cabeza sobre su hombro; nuestra respiración sobre nuestros oídos, mis infantiles gemidos junto a él.

Su hombro se sentía tan suave y terso como su pecho mientras mi barbilla descansaba sobre este. Infatuado de afecto por él, abracé su cintura, gimiendo por su ternura y suavidad.

—¡Oh, Kelvin! —Ben gimió, frotando su mejilla contra mi cabello.

Comenzó a moverse contra mí, rítmicamente, presionando su rígido pito dentro de sus pantalones cortos contra el mío.

Me sentía en completa entrega como para resistirme cuando sentí como me tendía sobre mi espalda y sentí su cuerpo subiéndose sobre el mío. Utilizó sus rodillas y codos para soportar algo de su peso mientras su cadera se movía de arriba abajo sobre mí.

Nuestros vientres, suaves como los de un bebé, frotando el uno contra el otro, su lengua nuevamente ingresando en mi boca para jugar con la mía. Me preguntaba si él iba a eyacular su púber esperma dentro de sus pantalones.

Sus dedos se deslizaron hacia mis axilas y el se incorporó y llevó su boca más abajo sobre mis costillas, enseguida besando alrededor de mi ombligo hasta que todo mi cuerpo se estremecía instintivamente. El no paró cuando llego a mis pantalones cortos, sino que continuó besándome ahí sobre ellos hasta que sus labios pudieron sentir la rigidez de mi pequeña erección a través de la tela. Lo apretó con su boca y mi cuerpo se estremeció cuando sentí sus manos deslizándose hacia mi vientre, lentamente tomando el elástico de mis pantalones cortos.

Yo gemía en placer cuando el se levantó y forcejeó contra mi peso para bajarme los pantalones. Se deslizaron sobre mi erección con un poco de molestia que se sintió exquisita. Miré como aparecía mi glande seguida de mis siete centímetros de mi blanco pene y finalmente un par de testículos. Mi pito de niño aun no tenía vello púbico y la piel que lo rodeaba era tan suave como la mejilla de un bebé. Me meneé un poco mientras Ben tiraba de mis pantalones tratando de sacarlos de mis grandes pies. Yo permanecí tendido y desnudo ante el niño mayor. Aunque ya sabía lo que íbamos a hacer, aun me sentí un poco tímido al estar desnudo ante el chico más grande.

Ben mi contemplaba mi pito con fascinación, su boca abierta mientras comenzó a quitarse sus propios pantalones. Hincado, se los bajó, revelando su pene grande, su cara mostrando su pudor, sonrojada. Su pene erecto estaba rígido y erguido un poco más de quince centímetros. Era moderadamente delgado, lo suficiente como para empuñarlo y frotarlo. Sus testículos colgaban de un pálido escroto que los mantenía cerca de su cuerpo como medida de protección. Tenía una pequeña circunferencia de vellos oscuros solo sobre la base de su pito. Lucían muy lindos sobre su piel perfecta y me gustaba mirarlos. Su pito estaba pulsando visiblemente, de arriba abajo en ansiosa anticipación.

Jadeando y emitiendo pequeños gemidos, Ben se sentó sobre la alfombra y prácticamente arrancó sus pantalones de sus piernas, forcejeando para liberar sus pies. Cuando finalmente estaba libre, vino hacia mí, enseguida y se colocó sobre mí. Nuestros penes es calida pulsación, el suyo haciendo que el mío se viera diminuto. Sentí como tomo mis hombros y se volteo sobre su espalda colocándome sobre él. Yo gemí e instintivamente comencé a frotar nuestros penes mutuamente.

El latido de nuestros corazones estaba muy acelerado, mientras nuestros cuerpos parecían fusionarse. Deslicé mis dedos a lo largo de sus costillas, y los frote sobre sus bíceps y en sus axilas que si tenían unos cuantos vellos tan suaves que pensaba que solo me los estaba imaginando.

La manera en que sus manos estaban acariciando mis hombros y la manera en que sus brazos me apretaban me indicaban que se estaba acercando al orgasmo, igual que yo. Anhelaba desesperadamente chuparle el pene y saborear su púber esperma, o sentirlo siendo eyaculado sobre mi pecho, pero estaba muy excitado como para parar.

Su voz jadeó cuando separó sus labios de mi boca succionadora. Continué empujando mis nalgas de arriba abajo, intentando encontrar su boca de nuevo, pero solo yaciendo con mi cabeza sobre su calido hombro y gimiendo decepcionado.

—No, Kely, aguarda —Ben jadeó—; a casi me va a salir.

No me importaba. Su esperma se sentiría calientito y resbaladizo sobre mi pene. Era muy excitante.

Como muchos chicos de su edad, sin embargo, a Ben le gustaba echar su esperma en las bocas de los niñitos. Era como un “derecho de virilidad” o algo así: la linda cara de un niñito libando el esperma de sus labios.

Los chicos mayores que tenían mucho esperma, gustaban de eyacularlo sobre las naricitas de los niñitos o a lo largo de sus suaves pechos. Era una cuestión de machos en Kovzland y Ben no iba a negarse a ello.

Sentí sus dedos apretando mi pecho y lloré patéticamente tratando de seguir presionando su pene un poco más. No obstante, Ben era más fuerte que yo. Levantó mi insistente y desnudo cuerpo y me rodó junto a el. Mire mi pene. Estaba sonrojado y rígido como una piedra pulsando en necesidad de más placer. Enseguida, Ben tomo su pito en su mano y acercó su cadera de manera que estuviera cerca de mi cara. Pude ver la reluciente cabeza de su pene a pocos centímetros de mi cara, pude ver su uretra dilatada y abierta, lista para eyacular; su escroto moviéndose de arriba abajo mientras el se masturbaba. Kovz, que hermoso pene y que lindos vellitos de adolescente.

Yací desnudo, excitado y, obedientemente, abrí mi boca para recibir su semen. Mis ojos azules admiraron su pene ansiosamente y se me comenzó a hacer agua en la boca en anticipación a su semen. Pude ver su vientre flexionándose mientras frotaba su pito con su puño, cogiéndolo tan fuertemente que parecía que bloquearía el paso del flujo de su esperma. Su cara de pasión se torno en una mirada de gozo cuando el hoyito expulsó el primer chorrito lechoso de semen. Me sentí decepcionado cuando cayó sobre mi nariz, enseguida sintiéndose caliente y húmeda. En espera de saborear un poco más, incline mi cabeza para que la próxima expulsión cayera en mi boca; Ben me ayudó y apuntó su pene hacia abajo. Otro chorrito salió y esta vez cayó sobre mi barbilla, goteando sobre mi cuello. Algo de ello alcanzo mis labios y saque mi lengua y lo saboree. Ben sonrió sintiéndose en control y continúo masturbándose. Instantáneamente, abrí mi boca tan grande como pude y saque mi lengua. El pito de Ben lleno mi boca de un calido y espeso sabor a esperma. Yací ahí con su esperma sobre mi nariz y mi barbilla, disfrutando el sabor del pene del niño, sin moverme mientras su pito seguía eyaculando más por cuarta y quinta vez, ambas dentro de mi boca. El sexto chisguete ya no fue tan poderoso como los primeros y solo escurrió por sus dedos así que cerré mi boca y saboreé el esperma con mi lengua. Ben sonrió tiernamente y empujo sus caderas hacia delante, guiando su pene hacia mis labios y, como pudo, lo introdujo en mi boca.

Miré a su adorable cara mientras tenía su pene y su semen en mi boca. Ya estaba perdiendo su rígida pulsación pero aun apuntaba hacia mi boca desde sus escasos vellos púbicos. Contemplándolo en adoración, me tragué su semen y enfoqué toda mi atención en su pene que se ablandaba en mi boca. Me encantaba chupar penes. Era como un bebé mamando un chupete; me encantaba chuparlos todo el tiempo. Cuando el Príncipe Kelly y yo pernoctábamos juntos, nos dormíamos chapándonos nuestros pueriles penes mutuamente. Era tan hermoso.

Ben se giro hacia su lado y yo con el para poder seguir chupándoselo. Su esperma resbalaba por mis mejillas y desde mi nariz, pero no me molestaba. Me sonreía mirando tomaba más de su blando pene dentro de mi boca hasta que mis labios sintieron sus escasos vellos púbicos. Él puso su mano sobre mi cabeza acariciando mi rubio cabello; su cara estaba sonrojada, relajada y satisfecha.

—Buen niño. —Me sonrió y sentí ganas de que fuera mi novio.

El sabía que me gustaba chupar penes (para ese momento, todos los niños de la isla lo hacia, experto los parvulitos), así que me dejo que se lo chupara por un largo tiempo. Me gustaba tanto que por un momento olvide mi intensa erección entre mis piernas. No me preocupé mucho; sabía que Ben pronto me hacia sentir muy rico. La larga duración de mi erección hacia que me comenzara a molestar un poquito.

Las manos crecidas de Ben frotaron tiernamente mis hombros y lentamente se deslizaron bajo mis axilas.

—Muy bien, niñito —dijo. A los Niños de Kovz les gustaba usar mucho el diminutivo “niñito” o “pequeño”—, ahora es tu turno.

Alzó mis hombros y se incorporó y filialmente me tendió sobre la alfombra de nuevo. Una vez que estaba reclinado, sus manos se colocaron sobre mi pecho y abdomen, rítmicamente frotando de arriba abajo hasta que gemí infantilmente.

Mientras sus manos exploraban mi vientre, yo me estremecí con nerviosa inocencia aun mirando su linda cara y yaciendo ahí como un indefenso niñito.

—¡Oh, niñito precioso! —dijo y sonrió viendo mi pene.

Sentí una de sus manos crecidas deslizarse más abajo, las puntas de sus dedos corriendo por mi piel alrededor de mi pito. Jadeé rápidamente y gemí; mis ojos no dejaban de mirar su linda cara. Palpó minuciosamente alrededor de mi pispirrín e intermitentemente tocaba el glande, lo que causaba que gimiera de placer.

Finalmente, sentí su pulgar e índice, asiendo mi pito que en realidad era más pequeño que sus dedos y se veía chiquito comparado con su mano, pero era tan pueril y adorable. Cuando comenzó a frotarlo, ya estaba yo en el camino hacia el orgasmo.

Sonrío a mi patética e indefensa mirada de mi cara, mientras yo gemía y jadeaba; después, miro de nuevo mi pito en sus dedos. Deliberadamente lo estaba frotando despacio, como si quisiera incrementar y alargar el placer en lugar de apresurarlo hacia el delicioso clímax. Aun lentamente, sin embargo, sentía como la sensación se incrementaba.

Se notaba cuando un chico sabía le hacer el amor plenamente a un niñito menor. La mayoría de nosotros éramos impacientes por llegar al orgasmo y tan dominados por nuestras hormonas que satisfacíamos nuestros penes inmediatamente. Los niños más experimentados, como Ben, nuca se apresuraban; si era posible, tenían sexo por más de una hora, todo el tiempo estimulándose el uno al otro y manteniéndose al filo del orgasmo. Yo no podía soportar tanto placer. Estaba sucediendo, sin embargo. Se sintió tan agradable que todo lo que pude hacer es sollozar y desear que terminara ya. No era tan agradable forzar demasiado placer en un pene chiquito.

A Ben no le importaba como un niño como yo, uno al filo de la pubertad, se sentía. Para el, yo era niño que tenía que aprender y, a él le gustaba tener el control. Su otra mano se sentía muy sensual mientras frotaba mi cuerpo.

Ben sabía que mi orgasmo ya estaba llegando, pues sonrió tiernamente. Era casi inevitable. Sentía como si mi pene fuera de treinta centímetros de longitud, pero cuando lo miré, aun era el mismo penecito que ya había visto un millón de veces.

Justo cuando creí que iba a comenzar a sacudirme en orgasmo, mi cuerpecito se tensó y comenzó a temblar al mismo tiempo. Mi orgasmo era tan intenso que no podía llorar, respirar; no podía hacer nada más que tensar cada uno de mis músculos.

Cuando el placer finalmente alcanzó el clímax, emití un alarido casi salvaje y mi cabeza se reclinó de nuevo sobre la alfombra. Mis caderas comenzaron a sacudirse en espasmos de pueril pasión, cada uno se sentía como si se fueran a romper mis huesos. Estaba jadeando como si hubiese corrido un kilómetro a toda velocidad. Me regocijaba en placer, anhelando plenamente que pudiera quedarme en este estado de gozo para siempre. Los orgasmos son la manera en la que Dios nos recuerda cómo es el paraíso.

La intensidad del orgasmo fue disminuyendo gradualmente y comencé a sentirme un poco más relajado. Mi pene ahora estaba muy sensible y Ben continuaba frotándolo.

—Ya no lo hagas —dije confundido.

Mis manos trataban de alejar sus dedos de mi rígido e infantil pene.

—Disculpa —dijo Ben, enseguida quitando su mano de mi pene y acariciando mi pecho.

Sus manos se sentían afectuosas sobre mi cuerpo.

—¡Guau! —Ben sonrió. Sus manos cogieron mi pecho y me abrazaron.

Mis músculos parecían torpes y sentía como que no podía controlar mi cuerpo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó.

Sus manos sobando mi cuerpecito desnudo.

—Creo que si —respondí distanciadamente. Trataba de ponerme de pie, pero no podía.

—Está bien. Relájate —dijo Ben sonriendo empáticamente.

Antes que pudiera moverme, me cogió en sus brazos y tiernamente acarició mi cuerpo y mi cabello, atrayendo mi cara hacia su pecho, su pene en contacto con mi espalda baja.

—¿Qué pasó? —pregunté recobrando el sentido completamente después de tan intenso orgasmo.

—Ya lo sabes —dijo sonriente.

Sacudí mi cabeza, lo que hizo que mi mejilla frotara con su suave tetilla de niño.

—Pero… no así —dije aun jadeando y recobrando el aliento.

—Es más intenso aquí en Kovzland —dijo—; es la magia.

Asentí y me sentí como un niño consentido estando en sus brazos. Nos quedamos en silencio por un largo tiempo mientras mi cuerpo y mi mente se recuperaban. Ben continuó acariciándome y teniéndome en sus brazos todo el rato.

—Ya te acostumbrarás —dijo—. Cuando lo hayas hecho muchas veces, se sentirá mejor.

Yo me quedé callado.

—Es aun mejor en esta isla —agregó.

Cuando pensé que ya me había recuperado lo suficiente como para ponerme de pie, Ben me apoyó sujetando el tronco de mi cuerpo hasta que pude andar yo solo.

—¿Ya te sientes bien? —preguntó Ben.

—Si —respondí, mientras caminaba lentamente.

—¿Quieres quedarte en mi cuarto esta noche? —preguntó y su brazo se colocó sobre mi cuello.

Yo no dije nada, pero con la manera en la que sonreí, el entendió lo que quería y sonrió guiándome hacia la puerta.

Next: Chapter 5


Rate this story

Liked this story?

Nifty is entirely volunteer-run and relies on people like you to keep the site running. Please support the Nifty Archive and keep this content available to all!

Donate to The Nifty Archive
Nifty

© 1992, 2024 Nifty Archive. All rights reserved

The Archive

About NiftyLinks❤️Donate